0 0
Tiempo de lectura estimado:16 Minutos, 18 Segundos

Resumen

Este artículo presenta una reflexión en el marco del V Foro Institucional, ii Interinstitucional de Derechos Humanos: “Derechos Humanos Memoria y Territorio”, organizado por la IED Class de la localidad de Kennedy el 21 de septiembre del 2018. Con este documento se pretende trabajar la relación entre memoria y territorio, específicamente en el barrio Class y el Colegio Class Sede A, problematizar la escuela como escenario de fractura y de frontera del territorio, sobre el cual se debe reflexionar para desdibujar esos límites y aportar a la unidad de la comunidad desde una apuesta pedagógica. Se presenta de forma reflexiva la intervención de práctica pedagógica adelantada en la institución educativa por parte de estudiantes de la Licenciatura en Educación Comunitaria con Énfasis en Derechos Humanos (lecedh) de la Facultad de Educación de la Universidad Pedagógica Nacional durante el 2018.

Y cada vez que partí llevo conmigo la imagen de mi barrio, que fui mostrando y dejando en las ciudades del mundo. Fue así como un viajero que viajaba con su barrio a cuestas. O como esos árboles trasplantados que sólo dan fruto si llevan adheridas a sus raíces la tierra en que nacieron y crecieron.

Benito Quinquela Martín

Memoria y territorio

“Recordar es vivir”, dice el dicho popular. En efecto, recordar es el ejercicio fundamental que realizamos al hacer memoria; la memoria es una capacidad que poseemos en la que nuestra mente vuelve a sus recuerdos y las experiencias propias para dar cuenta de nuestra vida. Sin embargo, según Elizabeth Jelin (2002), la memoria también es un asunto colectivo que obedece a todo eso que recordamos insertos en una sociedad, “estos procesos, bien lo sabemos, no ocurren en individuos aislados sino insertos en redes de relaciones sociales, en grupos, instituciones y culturas” (p. 19) de los que formamos parte como sujetos. Esa memoria construida en relación con las memorias individuales es la memoria con carácter social o memoria colectiva. Hoy la memoria es, sin duda, una de las categorías fundamentales de las ciencias sociales; por supuesto, nos referimos a la memoria colectiva como una manera que tienen las comunidades de recordar, olvidar, reflexionar y aprender del pasado compartido.

Pertenecer a un grupo permite que los recuerdos de sus integrantes se complementen al compartirlos; así construyen un pasado que les es común y que individualmente comparten, que incluye hechos, momentos, imágenes o historias de las cuales no fueron testigos o participantes, pero que sí son parte de todos como colectivo.

Para Halbwachs (2004), la memoria colectiva y la memoria individual coexisten en una relación de encuentro y complementariedad en la que ninguna es superior a la otra. Cabe señalar que “cada memoria individual es un punto de vista sobre la memoria colectiva” (p. 50), y que “las memorias son simultáneamente individuales y sociales, ya que en la medida en que las palabras y la comunidad de discurso son colectivas, la experiencia también lo es” (Jelin, 2002, p. 37).

En cuanto al territorio, al hablar de memoria tienen relevancia el lugar o lugares, el espacio o espacios. Para Halbwachs, es un elemento intrínsecamente conectado a la memoria colectiva, porque no podemos considerar una explicación de los grupos sociales en relación con la memoria si los desvinculamos de lo espacial, ya que es en el espacio donde suceden los hechos que permiten generar y crear lazos sociales entre los miembros de un grupo; es allí donde se da el contexto y donde se posibilita la producción de pensamiento social y colectivo: “no hay memoria colectiva que no se desarrolle dentro de un marco espacial” (Halbwachs, 2004, p. 144).

Hablar de memoria y territorio, específicamente del barrio Class y del Colegio Class, plantea una relación entre quienes forman parte de ellos y el territorio, quienes lo habitan, lo transitan, lo viven y permiten que haya memoria colectiva, allí donde se han configurado los distintos hechos, momentos, lazos sociales y donde se han conformado esas distintas visiones que hacen posible una realidad actual construida desde distintas miradas pero compartida por multiplicidad de individualidades.

Importa hacer el ejercicio de memoria porque hay una relación estrecha entre el pasado transitado y la realidad actual. Por tanto la realidad actual del barrio corresponde a lo que ha sucedido con las personas que habitan ese territorio y cómo lo han configurado hasta llegar a ser como lo conocemos. También se podría reflexionar acerca de su futuro desde el reconocimiento de esa memoria y su presente.

El barrio Class lo podemos reconocer desde las visiones personales e individuales de nuestros estudiantes, sus familias y los demás habitantes que invocan una versión colectiva de su origen y sus historias, pero todas ellas son una versión desde lo individual que corresponden a sus experiencias propias.

Tal vez nos podemos remontar a la historia de los barrios populares en Latinoamérica en general, que es muy similar. Casi todos tienen elementos en común, porque surgen en su mayoría a partir de migraciones campesinas hacia las ciudades en desarrollo lo que implicó una precaria y desordenada urbanización de estas urbes, que poco pudieron atender ese fenómeno en términos de planeación del espacio y el territorio para el bienestar de sus pobladores. Es decir, los planes de ordenamiento territorial no eran la prioridad (no existían) —ni siquiera hoy en día (al menos en lo que tiene que ver con estos barrios)—, frente a lo que en la realidad ocurría con las configuraciones de los territorios de quienes ahora levantaban la ciudad desde las periferias, como en su momento fue el caso del barrio Class.

Lo común a la configuración de los barrios latinoamericanos es que se trata de escenarios de carencia, desigualdad y pobreza, y por supuesto de conflicto, siempre presente, máxime que en gran medida la migración del campo a la ciudad en Colombia ha estado impulsada por el fenómeno de la violencia rural en el marco del conflicto armado. Este sigue siendo un fenómeno actual, que ha producido, entre otras cosas, millones de desplazados, forzados a abandonar los territorios en los cuales estaban arraigados, es decir que nuestros barrios en general están conformados por las víctimas del conflicto armado interno.

El barrio Class no es ajeno a esos orígenes porque quienes iniciaron su fundación provienen de distintas zonas del país y de otros espacios de Bogotá, y compartían historias que se entrelazaban de una u otra manera. Bien fuera desde la violencia, desde la pobreza o desde la falta de oportunidades, confluyeron en ese terreno que en otro tiempo fue un basurero, y que —gracias a los oficios del padre Herrera2  y al esfuerzo de múltiples líderes y lideresas comunales que aún hoy lo habitan, se transformó -en eso coinciden la memoria individual y colectiva—. En el lugar de la basura se configura ahora la oportunidad, la esperanza. De la basura a la vida, de la amargura a la alegría.

El profesor Alfonso Torres, quien es uno de los investigadores colombianos que más ha trabajado el tema, nos permite observar que la historia de las configuraciones territoriales de los barrios colombianos obedece a la consecución de todo aquello necesario para poder vivir dignamente y que normalmente solo podía conseguirse de forma colectiva, por eso el fenómeno de la asociabilidad y la autogestión eran necesarios y recurrentes y permitían a su vez la configuración de lo que él denomina identidad colectiva, en relación también con la movilización por la reivindicación de derechos sociales, económicos y culturales que se reclamaban al Estado. De esta manera se fue dando una especie de configuración alterna de lo público y de lo que es la ciudad, una que crece junto a la ciudad desarrollada y planeada y que se inserta en ella abruptamente.

Eso que vinculó a quienes una vez fueron extraños y luego los transformó en una comunidad, vecindad, barriada, fue precisamente la solidaridad y la conquista de “pequeños estados de bienestar” —como los denomina el profesor Torres— desde los cuales ha sido posible construir memoria colectiva en relación con el territorio. Sin embargo, de eso ya han pasado muchas décadas; la fundación del barrio Class, o, para ser más precisos, su proceso de conformación y organización, se dio en los años setenta. Este territorio se fue conformando bajo la jurisdicción de la comunidad Claretiana denominada Confederación Latinoamericana de Acción Social (Class) —de allí el nombre del barrio—, que utilizó el terreno destinado a las basuras para asentar allí una escuela llamada Concentración Class, conocida por sus habitantes como la Matecaña, por sus constantes fiestas y bazares. Ese proceso hasta hoy continúa en algunos aspectos, y bien podría decirse que no es un proceso consolidado.

Sin embargo, esa relación ha cambiado. Me refiero a la de sus habitantes con el territorio; por tanto, la memoria colectiva también se ha transformado, por cuanto muchos de quienes participaron en esos procesos se han desvinculado, han fallecido o se han ido, o simplemente porque han llegado nuevas personas, así lo que antes constituía su memoria se ha ido diluyendo con el tiempo.

El territorio del barrio Class ya es extraño para algunos; podríamos decir que su territorio tiene una configuración distinta. Hoy tenemos un sector nuevo, el de los conjuntos cerrados, que podríamos denominar barrios dentro del barrio. Estos obedecen a otra concepción de la organización del territorio y conllevan la llegada de más población al barrio, portadora de otras configuraciones sociales e históricas, que no están asociadas con el devenir del territorio y que se escapan de la captura para la memoria. Se podría decir que es la evidencia de una gran fractura y la avanzada de la llegada tardía de modelos de desarrollo extraños y distintos a los que habían surgido en el territorio.

Pero también está la zona industrial, empresarial o de emprendimiento del barrio, en donde es posible encontrar dos o tres empresas por cuadra, de distintas formas y de distintos negocios, entre las que se incluyen con mayor frecuencia las asociadas al reciclaje, que recuerdan esa relación inicial con la basura. Asimismo, se encuentran las zonas comerciales que se entremezclan con la configuración residencial del barrio y que se convierten en los lugares de mayor tránsito, tal vez los únicos que recorremos muchos de quienes estamos de paso por el territorio, entre ellos los maestros del colegio Class.

Por supuesto tenemos también los lugares no lugares, esos que están, pero cuya existencia nadie quiere reconocer, donde se encuentran (pero no hay encuentro) algunos habitantes del barrio. Me refiero al sector del río, una frontera natural del barrio que también hoy significa un espacio oscuro, sombrío, del que a veces es mejor no hablar, porque allá es donde principalmente se ubica el consumo de drogas ilegales y donde se encuentran muchos habitantes de calle, probablemente entre ellos hijos y vecinos del barrio o familiares de los alumnos del colegio e incluso exalumnos.

Esa configuración actual del barrio entre sus habitantes y el territorio marca una desvinculación en muchos sentidos que hace que lo que llegue sea el olvido. El olvido de lo que como comunidad los unió y los hizo crecer los hizo lograr lo que hoy permite esa realidad; es la identidad colectiva en riesgo.

Si bien el Colegio Class forma parte de este proceso (pues ha sido protagonista de los logros comunitarios, porque fue en el marco de la Matecaña y la fuerza de la organización comunal que se logró este espacio y su primera construcción), hoy en día también se ha transformado. Ha dejado de ser para la comunidad lo que era, y sin saberlo —o sin pretenderlo— también se ha configurado en otro de los escenarios de fractura en el territorio y para la memoria. De eso hablaré a continuación.

La escuela como escenario de fractura y de frontera

En ocasiones, cuando se llega a distintos barrios populares o periféricos en Bogotá, como el Class, se puede notar con facilidad que en el centro o en sectores muy importantes de ellos se levanta una enorme construcción que rompe con todo el esquema general del espacio. En ocasiones parece que fueran unos templos puestos ahí de la nada y no tuvieran que ver con lo que pasa en aquellos lugares.

Así veo nuestros barrios en relación con muchos de nuestros actuales colegios, como el Colegio Class, espacios que irrumpen y no parecen pertenecer al lugar donde están. Es precisamente lo que sucede en el barrio Class.

Me atrevo a suponer que ese impacto, esa ruptura, se debe al hecho de que estas construcciones modernas o nuevas, como la del colegio Class, no guardan la misma relación, como sí la tiene el resto de construcciones, con la historia del territorio del barrio. Supongo en la misma línea, que la relación que alguna vez existió entre el colegio y su comunidad en su primera fase de construcción, se ha transformado con la renovación de viejas edificaciones, y eso que había atrás y que los relacionaba tiende a desaparecer.

En ocasiones, los colegios en algunos barrios parecen ser lo más bello (mejor diseñado, mejor dotado) del territorio del barrio, en contraste con lo que hay a su alrededor, esto es, las casas de los habitantes del barrio. Esto me lleva a suponer —una vez más— que por eso también muchos estudiantes prefieren estar allí antes que en sus hogares, porque les ofrece lo que en sus espacios propios no encuentran.

Al mismo tiempo que se observa la grandeza del colegio, allí —donde está el saber— se establecen, de manera intencional o no, las fronteras en ese territorio. Se distingue entonces un adentro y un afuera, y se distancian entre sí.

Aunque el colegio está allí, no parece necesariamente sentirse de allí. Sin embargo, quien lo habita casi a diario sí forma parte de ese territorio. Ahora las personas, los estudiantes especialmente y sus familias, forman parte de esos dos espacios simultáneamente, del adentro y del afuera. Esto —confieso— no suena nada cuerdo, porque hablamos del mismo territorio. ¿Qué ocurre entonces? ¿Cómo se configuran esas fronteras y cómo operan?

Inicio por afirmar que esa fractura la podemos entender en términos de un no reconocimiento en primera instancia de que la institución educativa es parte del barrio y no al revés. Y aunque parece sencillo y casi que obvio en la práctica no lo es, no se entiende así o no opera de esa manera.

A esa afirmación añado que los profesores y directivos docentes de los colegios, en este caso del Colegio Class, así como los estudiantes y sus familias formamos parte (así sea momentáneamente) de la comunidad del barrio, y no ellos de la comunidad del colegio como siempre se hace ver. Es decir que debemos partir de comprender que la historia del barrio y de sus habitantes es más grande y contiene la del colegio y no al revés, y lo que hoy es ese “adentro” ha sucedido en gran medida gracias al afuera, sin el cual no habría sido posible.

Esas fronteras, que son reales, tangibles o físicas, y que se expresaban en paredes y hoy en rejas, que se evidencian en porterías y esquemas de seguridad, y que también se manifiestan en formalismos y protocolos que impone el adentro para con el afuera, y que además se incorporan en las mentes de los habitantes del barrio, son las que no nos han permitido vincularnos mejor. En consecuencia, perdemos los rastros, las huellas y parece que como colegio no tuviéramos base; el sentido es más difuso y se pierde un rumbo o fin.

Por eso la escuela debe esforzarse por romper esas fronteras que nos dibujamos, a las que les creímos, y les dimos fuerza y más valor que a la idea y las acciones que hicieron posible el barrio. Aunque se pretenda la unidad, no la logramos; eso se evidencia de muchas formas. El territorio y la memoria que allí existe, la que tiene que ver con la vida de las personas debe ser la ruta para pensarse nuevas maneras de abrir las fronteras de ese lugar que —si lo vemos mejor— es el que llegó para cerrarse.

Una escuela sin frontera, una comunidad fortalecida

Si bien la escuela puede configurarse actualmente como escenario de fractura, es desde ella y desde las apuestas pedagógicas que se generen en ese “adentro” que podemos hacer el retorno para aportar a eso que se está desvaneciendo.  Esos esfuerzos se pueden realizar de muchas formas, si bien es poco probable que la escuela en el contexto actual abra sus puertas de par en par, porque hay muchos factores sociales, organizativos y políticos que se lo impiden. Tampoco significa que no se puedan establecer de forma creativa puentes, enlaces, lazos e incluso túneles que permitan reconstruir esa memoria, a partir de reconocer en la escuela que precisamente quien la habita es la comunidad y que lo que se hace allí es para poder vivir en la comunidad. En esa medida, entender los intereses, los afanes, los problemas que aquejan al barrio y a sus pobladores y pensarse un proyecto pedagógico para aportar a su resolución, a través de la formación de nuevos liderazgos comunales que aporten a la reconstrucción de la memoria y por allí de la identidad colectiva puede ser uno de esos escenarios a los que el colegio le puede apostar.

La práctica pedagógica planteada y desarrollada durante el 2018 en la sede A del colegio, y que actualmente se realiza en la sede C (Rómulo Gallegos), se ha pensado precisamente en la oportunidad de desdibujar esas fronteras a través de una propuesta pedagógica que intenta relacionar ese afuera con ese adentro por medio de distintos temas que nos llevan a reflexionar acerca del cuerpo, el territorio y la memoria, y cuyos sus protagonistas principales son sus habitantes, quienes lo habitan y lo viven a diario más allá de su permanencia en el colegio.

Por eso, se ha realizado un pequeño pero primer esfuerzo por caracterizar el territorio, su población y reconstruir su historia para aportar a desempolvar esa memoria colectiva, reactivar lazos y remover escombros para reflexionar sobre el presente y pensarnos el futuro, y en eso el colegio puede aportar mucho. Esta reflexión es parte también de ese aporte. No es fácil replantearse todo un currículo en torno a la importancia que tiene lo local, pero si lo miramos desde una perspectiva en la que lo local está conectado de muchas formas con lo regional, nacional e internacional, como la misma historia del nacimiento y configuración del barrio aquí en el Class al igual que en toda Latinoamérica, nos permitirá seguir aportando a un escenario de inclusión social, participación democrática y defensa de los derechos humanos.

De vuelta a la comunidad el colegio se fortalece, de vuelta al colegio la comunidad se fortalece.

Referencias

Felacio-Jiménez, L.C.(2011). Memoria, territorio y oficio alfarero La memoria colectiva en los barrios del Cerro del Cable 1 2Revista Nodo, 11(6),  77-98.

Halbwachs, M. (2004) Memoria Colectiva y Memoria Histórica. reis, (69), 209-219. http://www.reis.cis.es/REIS/PDF/REIS_069_12.pdf

Jelin, E. (2002). Los Trabajo de la Memoria. España. Editorial Siglo xxi.  http://www.centroprodh.org.mx/impunidadayeryhoy/DiplomadoJT2015/Mod2/Los%20trabajos%20de%20la%20memoria%20Elizabeth%20Jelin.pdf


Notas

1. Magíster en Educación, politólogo, licenciado en Diseño Tecnológico, docente del Colegio Class, docente catedrático Facultad de Educación de la Universidad Pedagógica Nacional y docente encargado de la práctica pedagógica en el Colegio Class. Correo electrónico: gustavolopeztorres@gmail.com, galopezt@pedagogica.edu.co.

2. Reconocido por muchos como uno de los fundadores del barrio.